miércoles, 29 de abril de 2009

CAPITULO 3

En la cabecera de la cama hay un pequeño sintonizador de radio empotrado. Unos botones a cada lado y una pantalla en el centro me informa de la emisora. Presiono los botones buscando en el dial una frecuencia de noticias. Después de unos pitidos dicen la hora. Son las cinco de la mañana. Ahora entiendo la resaca, puesto que es más acertado decir que todavía sigo borracho.
-¿Cuánto tiempo habré dormido?. ¿Dos horas, tres a lo máximo...?
-¿Cuánto tiempo –sigo preguntándome sin llegar a ninguna conclusión- llevo aquí?
Revuelvo las sábanas buscando mi ropa, el calor desvanece y el frío se apodera de mi cuerpo. Todavía sigo desnudo.
-¿Y mi ropa? –profiero un poco alterado.
Rabioso por la situación desbarato el lecho al completo.
Ni rastro.
-Mis calzoncillos al menos –proclamo.
Nada.
Me envuelvo con la sábana como antiguo romano y entró en el lavabo donde por fin encuentro mi ropa. Aunque lo que aclama mi atención es un redondo jacuzzi.
-Esto me habrá costado una pasta –suspiro temiéndome lo peor-, espero que sólo sea una noche y la cena –ruego en voz alta.
Mis pantalones posan en la pica, en el bidé calcetines y camisa, al lado de la puerta debajo de un albornoz de color crema, mis zapatos.
-¿Y mis calzoncillos?
Me fijo en el jacuzzi, algo yace en el fondo.
-Ja, ja –unas risas me dan un toque de gracia a mi cara y por un momento me olvido de todo-. A que me metí con ellos dentro. Qué mierda llevaba encima.
Me incorporo en el jacuzzi, el agua esta templada.
-No hace mucho que disfruté del baño.
La prenda emerge a la superficie, la escurro y fijo mi mirada ambigua a lo que tengo delante.
-¡Mierda!.
-¿Qué es esto?. No son mis boxes.
La prenda extendida que tenía frente a mí me atormenta todavía más. Un picardía de seda transparente de color negro. No recuerdo haber estado con una mujer.
-Por lo menos he tenido buen gusto –me digo mientras paso mi mano por la frente.
Imagino el cuerpo esbelto de la mujer.
-Que bombón. Seguro que era una puta –me justifico-. Yo con una tía de estas medidas, imposible. Una noventa y cinco y de cintura, de cintura alrededor de la sesenta, imposible. Demasiadas curvas para mí.
Sigo sin recordar, pero me tranquilizo pensando que era una aventura. Un rollo de una noche, o tal vez una noche de fracaso en la que terminé acudiendo al servicio de profesionales.
-¡Joder! –exclamo llevándome una mano a la boca al darme cuenta que he levantado demasiado la voz-.
-¿Qué he hecho? –susurro-, ¿qué ha pasado?. No me acuerdo de nada... ¿Dónde estuve ayer...?
Por mucho que me esfuerzo no consigo recordar nada.
Lo ultimo que pasa por mi mente, una leve imagen, es la de el bar al lado de casa tomando una cerveza. ¿A dónde fui después?...
Nada.
Son las seis de la mañana de un sábado de finales de invierno. Reflexiono y me acercó a olisquear los vasos de cubalibre. Ginebra y ginebra.
-Tomamos lo mismo, parece. Seguro que era una prostituta, una noche de fracaso. Bebí demasiado –me expongo a mi mismo-, me enfurecí con Sara, el alcohol se adueñó de mi sangre hasta que mandé todo a la mierda y recurrí a una prostituta pensando en que así me olvidaría, en que así todo mejoraría... Que iluso...
En un vaso reposa todavía algo de alcohol que bebo de un trago para apaciguar mi tormento. Aprovechando que estoy desnudo y el agua del jacuzzi todavía es apetecible me beneficio de ello.
-Necesito descansar un poco más. Necesito aclarar un poco mi cabeza e intentar recordar algo más.

Pasaron los minutos. Las burbujas calmaron mi resaca y el agua apaciguó mi cuerpo aliviándolo.

miércoles, 22 de abril de 2009

CAPITULO 2

El sudor era frío e intenso, me invadía todo el cuerpo. La luna estaba en su cuarta fase y fragmentaba el mar negro donde yacía. La habitación era una penumbra con escasez de claridad. Sólo diminutos círculos posaban en el paradero filtrándose por los recuadros que dejaban las delgas de la persiana al no finalizar su trayecto.
Mis ojos se abrieron, mi vista era borrosa y translúcida. Mis pupilas tomaron forma pretendiendo concentrar en su retina la poca visibilidad de la habitación.
No reconocía el lugar, no recordaba nada. El interior de mi cabeza era como un redoble de batería. Me incorporo asentándome sobre la húmeda cama por la transpiración. Cabizbajo por un momento, reposo queriendo atraer a mi mente recuerdos que me descifren alguna cosa, alguna imagen esporádica... pasante... algo.
No hay nada.
Estoy completamente desnudo, y aunque hace frío estoy acalorado.
“Menuda borrachera”
“¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado aquí? ¡Joder!, no me acuerdo de nada”
Atormentado por la preocupación busco un interruptor. La poca claridad no me lo permite. Me dirijo a la ventana, hurgo y encuentro una manivela. La persiana rejunta sus delgas y se alza. La luz de la luna se adentra irrumpiendo en la habitación.
En sombras percibo la cama con unas mesitas a los laterales. Busco el recuadro oscuro de una puerta, una cómoda a mi izquierda me provoca una caída.
-¡Dios! –bramo al caer al suelo.
La cómoda embiste en mi espinilla produciéndome un afligido dolor. Me encabrono con mi torpeza. Acariciándome la pierna dolorida y ayudándome con la otra mano me incorporo.
Llego a la puerta, tanteo la pared siendo recompensado con un destello de luz que proviene del techo. Cierro los ojos quejándome. La cabeza me retumbaba todavía más.
-¡No!, por Dios, ¿qué hago aquí? –exclamo al darme cuenta que es la habitación de un hotel.
La alcoba es como un estudio.
Entre la cama y la cómoda de al lado de la ventana se emplaza una mesa cuadrada. En el centro, un jarrón decorativo con dos rosas rojas se atestigua. Restos de comida en los platos, más dos botellas de vino vacías y un par de vasos de cubalibre insinúan una exquisita cena.
-Ahora creo concebir la resaca –me digo mientras rebusco confuso más datos que delaten mi estado y la situación en la que me encuentro-. Aunque creo que todavía estoy algo borracho... ¿Qué hora es?
Pero, era una cena para dos.
-¿Con quién he estado?, un ligue quizás. No me acuerdo. ¿Qué hice ayer?, joder es imposible recordar.
Me flagelo persistiendo en aclarecer mi distorsionada percepción.
Hace tres meses mi mujer, Sara me abandonó. Así, sin más. Sin un por qué, nada. Ni un simple adiós. Sencillamente marchó.
Llegué a casa a la hora de siempre, como un día cualquiera entre semana. Lo mismo de todos los días, la misma historia de siempre. Un día como otro cualquiera, otro día de rutina laboral.
Al llegar al rellano de mi piso, antes de introducir mi vieja llave en la cerradura de casa, algo me alertó. Fue el silencio. Un silencio que hacía apenas un año no escuchaba. Desde que Sara se había mudado a vivir conmigo yo era siempre el último en llegar a casa al final del largo día de trabajo. Cuando Sara llegaba a casa lo primero que hacía era poner música, jamás paraba la música hasta que yo llegaba a casa. Era una costumbre, algo en ella que la hacía diferente, especial.
Pero, aquella noche, yo fui el último en llegar y el primero. El silencio fue el que me recibió.
Desde entonces mi vida ha dado un vuelco total. He intentado hablar con ella en infinidades de ocasiones, pero no han dado resultado. Lo único que he conseguido ha sido un; <>.
Todavía sigo intentando entender el por qué me ha dejado. No sé. Al igual con un <<...se acabó el amor, Alex. Lo siento...>>, hubiese bastado.
En estos tres meses mi casa, el trabajo... mi vida en general..., todo es un verdadero desastre. Pasaron dos semanas desde que Sara se marchara cuando por mediación de un amigo llegó a mis oídos el rumor de que me había abandonado por otro tío. La ira se apoderó de mí. Recuerdo que enfurecí como un loco. La busqué por todas partes, sin éxito. Una amiga del trabajo me comunicó que la dejara en paz. Me dijo que marchó el día anterior de vacaciones, no volvería en un mes.
Con el paso de los días mi ira no arremetió. Quería saber la verdad. Mis días se resumían al trabajo, bar, trabajo, bar, casa... La rutina se apoderó de mí como nunca lo había hecho.
La cama de matrimonio acogió toda mi ropa sucia durante días. Las noches y mis sueños convivíamos en el sofá del comedor, frente a la tele encendida para no sentirme tan solo.
A su regreso no conseguí más que <>
Recuerdo como la cólera me dominó y como por unos minutos otro Alex que no era yo, montó el numerito en la empresa de Sara y acabaron sacándome a patadas de allí.
Pasé aquella noche rezagado en el sofá sin pegar ojo y avergonzándome de todo lo ocurrido.
Llegado el día de hoy todo sigue igual.
Decidí no molestar más a Sara e intentar averiguar por mi cuenta el por qué de este rotundo final. De momento no he conseguido nada. No sé más que lo que sabía en un principio.
Y ahora con un tremendo dolor de cabeza me encuentro en esta desolada habitación de hotel sin saber más que lo que puedo deducir. Mi vida parece que se haya convertido en un juego de detectives.

martes, 21 de abril de 2009

CAPITULO 1

Era de madrugada, la niebla era espesa y la visibilidad prácticamente nula. El Mercedes de color oscuro avanzaba con rapidez por la autovía de Castelldefels. La densa niebla se hacía irresistible para los ojos de Sofía por más que los abría como platos y se amorraba a la luneta delantera del vehículo.
A esas alturas de la noche el alcohol hacía mella, el bajón era considerable y la fatiga se apoderaba de ella, transformando sus párpados en un cepo difícil de mantener abierto.
“Sólo faltan unos kilómetros, menos de diez minutos, aguanta cariño en breve estarás en casa”
Pisó a fondo el acelerador entusiasmada por llegar a casa y apaciguar la larga noche de fiesta con un buen descanso. La sábana de suave seda recorría su espalda, las ganas de posar en su cama después de aquélla larga noche era muy tentadora. Sólo necesitaba eso, un buen descanso.
Una ráfaga franqueó su cabeza, un dolor intenso se concentró en su sien. El malestar hizo que perdiera el control del vehículo. Por un instante el Mercedes Benz invadió el carril contrario. Levantó la vista, solamente niebla. Apartó su mano derecha de la sien y aferró el volante con las dos manos volviendo a dirigir con sumo cuidado el coche a su carril. Un pitido ensordecedor la hizo estremecerse de nuevo. No veía nada.
“Joder. ¿Quién pita?, no veo a nadie”
El pitido era grave como el de un camión pero, la niebla impedía divisar a más de diez metros. Miró por el retrovisor pero aparte de una solidificada nube no se veía nada. Era una de aquellas noches de invierno que merecía la pena quedarse en casa. Los pinchazos de su sien arremetieron, pero aún así se notaba pesada, fatigada. Observaba el retrovisor, pero no divisaba ningún vehículo. Aminoró la marcha, percatándose del peligro. Parecía que la embriaguez perdía su intensidad y las ideas se aclarecían.
“Nadie me espera en casa. Falta poco y no tengo prisa. La cama no se moverá de su lugar habitual”
El sonido estruendoso del claxon se hizo notar por segunda vez. Sus reflejos ralentizados por el alcohol mandaron órdenes lo más rápido posible a sus ojos, que cubiertos de filamentos rojos se fijaron de nuevo en el retrovisor.
“¿Dónde está? ¿Quién me da por culo...?”
En ese instante sin terminar de quejarse en voz alta un camión de grandes dimensiones rebasó por el carril de su izquierda, en tan sólo un segundo el destello de las luces la cegó y volvió a perder el control del vehículo. Erguida y apegada en tensión a su asiento sujetó el volante con fuerza manteniendo a ciegas la dirección. Aminoró más la marcha, sus ojos recuperaron la tenue luz de sus luces antiniebla frente la espesa nube y el asfalto.
“¡Dios! ¡Quiero llegar a mi casa! Maldita sea, camionero de mierda. Será estúpido el tío, se creen los amos, ¡joder!”
Se recompuso como pudo, vio su salida, se desvió a mano derecha saliendo de la autovía. Antes de llegar a su urbanización tenía que cruzar la autovía por encima y pasar por el paseo marítimo. Después de atravesar el puente se sintió a salvo y paró el coche en una explanada que se extendía al final de éste.
El automóvil se paró en seco, la puerta se abrió y a la velocidad del rayo intentado alejarse lo máximo posible, Sofía salió del coche. El alcohol salió por su boca a borbotones estrellándose contra el suelo.
La noche había sido muy movida. La cena, el alcohol, un poco de marihuana, sexo y ahora esto; esa horrible migraña, el camión..., su estómago le pasaba factura.
En la explanada se oyó el sonido de un motor. Un vehículo se puso en marcha, dio marcha atrás y salió de donde estaba aparcado, a la inmediación de un árbol. Se dirigió a la salida, las luces del flamante BMW deslumbraron a Sofía y a su Mercedes. Las arcadas le vinieron de repente y no se percató de que había bloqueado la entrada de la explanada y el BMW no podía salir.
-Señorita, ¿se encuentra bien?
Sofía alzó la cabeza, un chico joven de facciones muy marcadas asomaba la cabeza por la ventanilla. En el lado del acompañante distinguió una joven de melena rubia y muy atractiva. Esa explanada por el día era un parking público en verano y durante todo el año un asiduo picadero de parejas por la noche.
-Sí, gracias. Simplemente una mala noche –Sofía se incorporó, y avanzó hacia el coche. Era una noche fría y se fijó en la rubia, el deslumbramiento de las luces no le permitía ver al chico.
“Con el frío que hace y esta putita en sostén, menuda juerga se habrán pegado”.
-Ya mismo aparto el coche –dijo Sofía antes de entrar en el Mercedes.
-Tranquila no tenemos prisa- respondió el joven y sacando un brazo por la ventanilla tarareó-. ¡La noche es larga..., vi... vi... viva la fiesta!
Al montarse en el coche Sofía los veía a los dos, las manos del la chica se deslizaban por sus partes dada la posición del brazo. Él le acariciaba el pecho por encima del sostén y le besaba el cuello con imperceptibles mordiscos.
Retiró el coche a un lado, el BMW seguía enfrente sin moverse. Bajó la ventanilla y dejó que la brisa acariciará su cara, estaba algo mareada. Se frotó la frente y pensó en horas atrás.
-Adiós señorita, espero que acabe bien la noche –una sonrisa se dibujo en los labios del chico y un gesto retorcido de la chica rubia mostró que ahora llevaba el seno izquierdo fuera del sostén.
El BMW pasó y se alejó por el paseo.
El cortante frío la despejó, desvaneció ligeramente su mareo y el alcohol parecía quedarse atrás. Giró la llave poniendo el coche en marcha.
“Mejor que llegue a casa de una vez”